Entre dos mares, de tensa cuerda y floja densidad, entre el
lento movimiento del flujo sanguíneo, sístole, diástole y respiración apenas
entrecortada, mientras saboreo los restos de un café que se quedó en borra y
manchas en el vaso de plástico, siento apenas el frío de este invierno que se
niega a ir. Desde el hondo hueso hasta casi la piel, solo pequeñas puntadas
punzantes de calor me llegan desde las teclas de plástico blancas, de un blanco
teclado que alguna vez fue algo así como perlado, nacarado o “ado”.
Dos mares, me pregunto; ¿pero porqué solo dos? Si dicen que
todo es agua, que el agua es una, sola y eterna.
Tal vez solo sean dos las divisiones, los promontorios,
penínsulas o istmos, dos sus lados que el agua rodea, dos los lados, anverso y
reveso de una cuchara chata de plástico marrón, que disuelve el azúcar dentro
de un vaso de café.
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